Dicen que a la orilla del mar a veces llegan objetos que no pertenecen al mundo de los hombre
Una tarde, el oleaje trajo una maleta.
De ella brotaron sombrillas incontables, hasta que juntas formaron un árbol imposible, una acacia de sombras. Un leopardo, lento, liquido, caminó hacia la acacia. Sus manchas cambiaban de lugar mientras avanzaba soñando despierto, como si su piel no supiera en qué dibujo quedarse. Subió al árbol y se tumbó en una sombrilla para dormirse con el crujido de la tela marina.
Entonces apareció una jirafa, cuyas patas se alargaban todavía más de lo normal, con huesos estirados por un sueño, se acercó a las ramas, comía sombras de las sombrillas, y al masticarlas, la luz del atardecer se deshacía. El mundo se volvió espeso y el tiempo dejó de tener dirección. El leopardo desapareció con un bostezo que parecía un rugido bajo el agua y La jirafa se disolvió como humo de brisa, se desvanecieron como pensamientos que ya no se pueden recordar. Cuando la noche cayó, las sombrillas se plegaron como párpados y volvieron a la maleta, que se cerró sola.