Todos llevamos, de una forma u otra, una mochila. Ya sea con una carga familiar, laboral o mental dentro, a veces con taras modernas de aparentar que todo está bien y en orden, a veces con cargas tan antiguas como querer ser perfectos en este mundo imperfecto.

De todos modos, lastres que, casi con seguridad, pesan mucho más los lunes. Misterios del calendario.

Cargamos con el pasado en un lado del balancín de vida, que puede que pese tanto que no deja elevar al futuro, de contrapeso al otro lado, y en medio, la bisagra del presente, que pandea entre un lado y otro según el sutil pero constante peso de los años y las circunstancias.

Propongo que ¿y si dejamos que sea la mochila la que nos lleve a nosotros? Al fin y al cabo, ella parece saber a dónde va, para ver como simples pasajeros qué se siente al flotar un rato. O, en su defecto, ser un equipaje con alas contra la gravedad de la situaciónes, casí como rindiendo homenaje a esa categoría del boxeo entre contrincantes de poco peso, ese -Peso Pluma-,que con golpes suaves y livianos, intenta evitar el KO final.

Y si nada de eso funciona…bueno, al menos habremos probado algo distinto. Peor que ir siempre encorvados, no creo que sea. ¿O sí?